El hombre es equiparable
a una hormiga, a pesar de ser tan diferentes presentamos aspectos muy
semejantes. Ambos somos animales, como animales realizamos las tres
funciones vitales pero nuestro parecido va más allá. Las hormigas
trabajan recolectando sus alimentos para así poder hacer posible la vida en el
hormiguero, mientras que nosotros formamos un hogar y ahorramos el
dinero que nos va a permitir satisfacer una serie de necesidades básicas
para poder subsistir. Por otro lado, dentro del hormiguero, los
integrantes del mismo están organizados para un trabajo en concreto
(hormigas soldado, obreras...) y además hay una figura superior, la
reina. Todo ello se puede apreciar a su vez en nuestra sociedad
racional, cada uno tiene un trabajo -en este caso es superior en
cuanto a opciones- y tenemos una o varias figuras que dirigen el
Estado. Como dice una canción: “ciudades son hormigueros”, y
aunque suena extraño no es falso, pues nuestra especie se organiza
en bloques o grupos de “madrigueras” donde vivimos y salimos de
ellas para lo que se precie, también usamos lugares para el
almacenaje de alimentos y para organizar a los recién nacidos al
igual que como lo hacen las hormigas, termitas, etc. Bien es cierto
que no tienen nuestra capacidad de pensamiento y que son carentes de
muchos atributos en comparación a nosotros, como por ejemplo nuestra
habilidad de planificación más allá del instinto animal o de
fabricación, que han llevado a nuestra especie donde está hoy en
día, pero para ser considerado por muchos como un animal
“insignificante” tienen numerosos parecidos. Esta metáfora
quiere decir que ninguna persona va a encontrarse, por su
status social o económico, por encima de otro ser humano; en este
caso se defiende a las hormigas, adoptando la figura de los que son
considerados inferiores en nuestra sociedad, aunque como es natural
no se da tanto valor a la vida de una hormiga como a la de una
persona. Desde el punto de vista humano, la vida de cada uno y
el respeto de la misma, se traduce en dignidad, una característica
del ser humano que se forma con el equilibrio de la sociedad, pues
todos deben actuar de cara a solucionar los conflictos y contribuir a
recibir el respeto merecido. Así pues, la dignidad tiene que ser
respetada sea cual sea la condición de cada uno, siempre y cuando
cumplan las normas morales que ha introducido nuestra especie, es
decir, el bien, que ha de ser común.
Referencias:
Ética para Amador, de
Fernando Savater.
Filosofía kantiana.
D.S.T.
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